Mandalas


Un Instrumento de Paz



La figura del Mándala ha sido desafortunadamente y afortunadamente puesta en evidencia en los últimos años. Desafortunadamente, en la era New Age se promueve como estandarte de un movimiento de espiritualidad instantánea con las perversiones que, a menudo, lo acompañan.
Afortunadamente, y en occidente, sobre todo gracias a los trabajos de investigación de Carl Jung. Profundas búsquedas pusieron en evidencia la relevancia del arquetipo, de forma explícita o implícita en todas las culturas. Es imperativo hoy recuperar y re-dignificar este símbolo que se revela como un instrumento más que invita a sumarse a todos los esfuerzos de paz que tanto necesita nuestra humanidad. Que hablemos de crisis climática, de injusticias sociales o de normalización de la violencia, cualquier aportación para concientizarnos y sembrar paz es bienvenida.
A través de estas representaciones pictóricas, quiero sumarme a los numerosos esfuerzos de un mundo en turbulencia. Mi preocupación como artista, psicoterapeuta y viajero de nuestra época se ve interpelada cada vez que presencio reacciones, generalmente automáticas, que atropellan a diario las posibilidades de paz que constantemente se nos presentan.
Es muy cegador y tentador excluir cuando somos excluidos.
Muy automático juzgar cuando somos juzgados.
Muy fácil ser violento cuando somos violentados.
A menudo, el dolor de nuestras heridas es tan fuerte que perdemos empatía frente al dolor del otro.
¿Cómo llegar a enfocarnos hacía una mejor y constructiva respuesta con todos estos accidentes que hemos sufrido?.
Los traumas que hemos vivido nos fueron torpemente infligidos, y a menudo, desgraciadamente transmitidos por las personas que más amamos. Lastimados, tuvimos que reconocer y juntar los fragmentos desgarrados de nuestras biografías.
En estos años de convivencia con él mándala, he recibido muchas lecciones. Hablo de los diferentes mándalas que he podido contemplar. Sean los dibujos sabios con perfecta geometría de una naturaleza armonizadora en los trazos de sus rocas, vegetales y organismos. Sean las múltiples representaciones humanas como, los rosetones de catedrales, la piedra del sol de los aztecas, los laberintos góticos, las arquitecturas universales y por supuesto los mándalas tibetanos o hindús de oriente. También incluyo la práctica de la concepción de mis mándalas desde ya varios años.
Por todo eso, invito, a través de mi expresión en estas obras, a considerar el potencial pacificador de todo mándala. La contemplación y la elaboración del mándala funciona como un ejercicio espiritual en meditación y acción.

-Cuando él mándala llama, es una invitación a la concentración, a menudo perdida
-Cuando él mándala se contempla, inspira a descubrir elementos disparates que logran combinarse en insospechable armonía.
-Cuando él mándala empuja a su creación, a través de una práctica exigente y disciplinada, permite atravesar, ordenar, dignificar y sanar la injusticia de nuestras heridas y desesperanzas.
El mándala llama, concentra, concientiza, disciplina, ordena, armoniza, dignifica. Por lo tanto sana.
EL MANDALA ES UNA ESTETICA TERAPEUTICA. COMO NUESTRO HORIZONTE, MARCADO POR SUS CUATRO PUNTOS CARDINALES, EN UN CIRCULO PERFECTAMENTE DIBUJADO, DEL CUAL CADA UNO ES RESPONSABLE POR HABITAR EN SU CENTRO, EL MANDALA ES UN INTRUMENTO DE PAZ

Guy Pierre TUR octubre 2019

Obra reciente


Mandalas


El mundo del mandala



El Mandala sabiamente toma al artista y lo lleva hacia paisajes insospechados; exige valentía como lo exige el laberinto mismo de la vida, en el cual entramos sin conocer su meta, si es que la tiene. A través de sus infinitas fuentes de información cruzada, el Mandala teje una red compleja de mensajes, símbolos, imágenes y colores que atrapan con sus cantos seductores y conducen a la extraña sensación de confusión, sin esperanza alguna de volverse a orientar. El hechizo opera con una mecánica sofisticada basada en la confianza y la poderosa atracción. Comparable a cualquier historia de amor y su cortejo de obsesiones, uno sabe cómo empieza, pero no sabe cómo va a seguir e incluso cómo va a terminar. La fuerza creadora orilla a viajar más allá del individualismo.
El imperioso deseo de pintar posesiona empujando a tocar la puerta del Mandala con una mezcla de excitación, miedo y ¿por qué no reconocerlo? inocencia. Todo empieza con la más ingenua e ilusoria sensación de seguir con voluntad, hasta que, perdido en el bosque de sus diferentes organismos, uno toma finalmente conciencia de que se transforma en un mero instrumento de transmisión de una forma arquetípica que tiene como único objetivo, nacer a través de un camino bien determinado. Camino, por cierto, desconocido.
La sensibilidad se despierta a través de estéticas generosas que se exacerban en lo más íntimo de lo humano. El viaje cruza la inevitable y difícil confusión. ¿Quién soy? ¿A dónde voy? Y tantas otras preguntas acompañan la travesía. El bosque se hace cada vez más denso y más oscuro. Todo sucede sin estar invitado al descubrimiento de la receta de la fabricación del arquetipo. La mirada se nubla y la reflexión intelectual pierde su brújula. Solo el Mandala opera, decide y conduce con implacable determinación.
En el más hermético secreto del misterio que nos rodea, se fecunda la nueva forma apocada por la absoluta ignorancia del que se cree el artista.
La prueba no solo reta, también se desfigura todo pensamiento ingenuamente estructurado. Después de la aridez del deserto de dudas y confusiones, sin previo aviso, surge definida y luminosa la nueva form en una explosión deslumbrante que se impone. El símbolo resplandece de luz acompañado de una aleccionadora experiencia de humildad.
Una vez más, el Mandala usa al humano para existir a través de una red sofisticada que se alimenta de nuestros sentimientos, pensamientos, cálculos e informaciones.
El Mandala se crea a través de nosotros y, simultáneamente, nos crea sin cesar.
Al contemplarlo, nos volvemos contagiados del próximo Mandala que intentará usarnos para nacer y crearnos de nuevo. No me puede dejar insensible la profunda analogía que existe entre crear y crearse a través de una obra, así como lo que sucede en los encuentros humanos: creadores y creados en un ciclo permanente.

Guy Pierre Tur

Obra anterior



Una estética terapéutica



La mano que trazan las líneas que no terminan nunca lo sabe. O las manos. Quizá paa dibujar mandalas hay que ser ambidiestro y, por ello, audaz. La mano del pintor es un pájaro aquí, que bordea el nido cuya circularidad nos lleva a pensar en el infinito, Un cuerpo que se abre a otro cuerpo, por ejemplo. Un huevo al centro de todo.
La estética terapéutica planteadas en estas piezas de Guy Pierre Tur, es la metáfora de la mutación: una boca que se abre y menciona; el habla como la oportunidad del cambio, de a transformación dispesta en el propio rito del círculo, cuando una tribu dialoga.
¿Cuál es la oprtunidad de quien mira esos mandalas? La de perdrse y, paradójicamente, hallar un camino imprevisto. La desorientación es parte de viaje, del delirio entiéndase.
El emblema del mandala encuentra en esas representaciones su potencia de viaje y retorno, de huída y arraigo. Como si mirar alrededor o girar en un eje propio, a la manera de un baile gozoso, otorgara horizontes que no se prevenían antes de hacer los círculos con el cuerpo y la mente.
Trasladarse hacia otro sitio y componer el nuevo hogar. Permitir que el tiempo se transfigure como una escultura que se derrite, de pronto. Y gira. Rodearel centrod e las cosas para abrirse y ceder. Liderar la peculiar circularidad de la fogata que está al centro.
En el detalle, Guy Pierre Tur se detiene como un obseso. Las páginas de la Sección Amarilla son cuerpos o cuadros de listados mínimos. Los recorte de revistas componen otras rifugras, y las palabras y signos en el alfabeto secreto que ha desarrollado permiten lecturas únicas, talvez en balbuceos o sonidos guturales, como si, en realidad, cada uno de los elementos que componen estas piezas provinieran de un tiempo anterior al habla.

Texto de Daniela Tarazona